11 de juny 2012

Crónicas desde el Atlántida (II)

[Publicat a Tu peli (30/04/2012)]

Atlántida emerge

Parece, como ya comentaba en la primera entrega de la crónica del Atlántida Film Fest, que el certamen, efectivamente, está teniendo un amplio seguimiento que lo confirma como el festival online más importante del mundo. Si el año pasado, en su primera edición, había tenido un alcance más discreto, este llegó, en su primera semana, a la impresionante cifra de 15.000 visualizaciones. Esto significa un crecimiento de un 500% respecto a la totalidad del pasado festival, pero se traduce sobre todo en lo que es ya una prueba irrefutable del potencial de internet en la difusión de séptimo arte, sin riñas ni disfunciones con los intereses de quien hace posible el cine.

Y justamente con eso seguimos, con el cine. Algunas de las películas más potentes de festival emergen ya a la par que algunas otras se destapan, gracias en parte a ese elemento tan valioso llamado efecto sorpresa, revelándose como títulos a tener en cuenta. Una de esas es Puzzled Love, obra colectiva realizada por trece estudiantes de la ESCAC, trabajo de final de carrera de pasmoso oficio y solvencia dividido en los trece meses –esto es, un director por mes– que dura la relación sentimental de dos jóvenes estudiantes. Si bien la película no consigue ahorrarse según qué tics y tópicos ya muy manidos, lo cierto es que su conjunto es notable en todas las facetas, algo que empieza a ser habitual en los films de la productora asociada a la escuela, Escándalo Films. Y es que aun siendo un collage artístico con distintos enfoques y puntos de vista, Puzzled Love es una obra narrativamente efectiva, un conjunto sólido compuesto por piezas diferenciadas pero complementarias, como un puzle.


Otro trabajo harto interesante es el del boliviano Juan Carlos Valdivia, ejercicio de estilo de impecable técnica que se centra en una familia de alto standing de La Paz, y en cómo ésta, de forma progresiva, va viendo menguado su posicionamiento en una sociedad cambiante que ha elegido a un gobernante indígena y cuyas opiniones respecto a los enormes precipicios de clase que se erigen en Bolivia y América Latina son cada vez más críticas y tenaces. Zona Sur es una impresionante radiografía de ello, magistralmente rodada, de texto sutil e interpretaciones exactas que, sin embargo, peca de indulgente y no se atreve a enfrentar posiciones, omitiendo parte del debate que ella misma plantea. Valdivia opta por un discurso conciliador y sus denuncias se quedan a medio gas, algo reprochable que no es, en todo caso, esencial en la consideración del film como una de las más sólidas e interesantes propuestas del certamen.

Encontramos también, en este festival, una firme apuesta por el cine documental, y así lo corroboran los cinco títulos del género que se exhiben en el Atlántida. Uno de ellos es Dragonslayer, retrato íntimo de un prestigioso skater y bala perdida de veintitrés años y vida errante, tan inestable como un borracho en monopatín. El personaje en cuestión es Josh Skreetch Sandoval, y sus vivencias y estilo de vida reflejan, en buena parte, una generación y un completo reverso al American Dream. Dirigido por Tristan Patterson, Dragonslayer es un documento moderno en su temática, fotografía y música, conjunto de tonalidades crepusculares juvenil pero melancólico. El de Patterson vendría a ser un Kids de extrarradio, historia tan real como desasosegante de alguien que le sonríe a la miseria mientras patina en piscinas vacías y se emborracha a la luz del sol.

Un poco más alentador es el relato del grupo de música austríaco Harris Haare, que en su documental homónimo repasa las vivencias de sus componentes a lo largo de un improvisado tour europeo desde Vorarlberg hasta Barcelona. El film, dirigido por Miguel Ángel Tavera y Javier Córcoles, es un retrato cercano que narra pequeños auges y declives de un grupo amateur que no quiere serlo. Este documental simpático y a pequeña escala contrasta con lo que nos cuenta The Green Wave, documento audiovisual que combina la animación con la imagen real y que, aun amoldarse perfectamente en la temática del festival, por su importancia trasciende el marco del Atlántida y de cualquier otra consideración artística o cinematográfica. Lo que explica Ali Samadi Ahadi –los movimientos de La ola verde, en contra del régimen fraudulento de Ahmadinejad– es tan brutal y contemporáneo que no se puede juzgar, sólo contemplar y dejar hervir la sangre, dar la bienvenida al conocimiento con una mueca airada y triste.

Y con esas que llega la mayor sorpresa del festival: Lucía. Producción chilena con denominación de origen y esplendorosa ópera prima de Niles Atallah. Lucía es una obra de excelsa técnica e intención, sinfín de postales de lo cotidiano que se suceden a ritmo de oda, sabiamente fotografiadas y encajadas. Planos estáticos y preciosistas explican un día a día sencillo, más bien miserable, de una joven y su padre. Casa, trabajo, tiempo libre, todo transcurre bajo una neblina invisible que lo empaña todo de desilusión, apatía enquistada de quien ha querido y no ha podido ni podrá y es demasiado consciente de ello. Atallah concentra en una sola escena todo ello, clavando en el espectador el aguijón fino y afilado de la desesperanza con extrema certeza y austeridad y culminando una obra que bien vale un galardón.

Y cambiamos radicalmente de tendencia como lo hace el mismo festival constatando que ni en la profundidades del Atlántida se esquivan los tiros y las manchas de sangre. Así es, también conforman la programación varios títulos de cine negro y thrillers como la canadiense Small Town Murder Songs, la danesa Everything Will Be Fine o la estadounidense Cold Weather. La primera, otra ópera prima, en este caso de Ed Gass-Donnelly, podría ser una novela corta de Cormac McCarthy o una película primeriza de los hermanos Coen, cine de calidad tan sobrio como seco de diálogos escuetos y texturas áridas, hermano menor de la Sangre Fácil coeniana o la Burbuja de Soderbergh. Todo lo contrario que Everything Will Be Fine, thriller emocional a la europea que juega al desconcierto con irregular fortuna, en una trama con algo de Nolan y algo de Shyamalan –giros de guión, nada es lo que parece…– que el danés Cristoffer Boe conduce con oficio pero insuficiente nervio, intrigante en su comienzo pero blando en su final. Y por último, de Cold Weather destaca, sobretodo, su carácter sumamente modesto, de estructura narrativa lineal y diáfano guión, conjunto singular por su minimalismo y total desinterés hacia el glamour habitual del cine negro de robos y atracos.

Hasta aquí la segunda entrega de las Crónicas desde la Atlántida, que volverán pronto con la tercera y última entrega. El balance, por ahora, es muy positivo; valoradas dieciséis de las veintiséis obras a concurso ya podemos decir que el nivel general es alto, con algunos trabajos sobresalientes –Lucía, Zona Sur, Bellflower…– y otros menos redondos pero rebosantes de interés. Permanecemos, de momento, a la espera de los datos de audiencia y participación, que se antojan optimistas. Hasta entonces, a seguir viendo películas.

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