Casi despierta alergia, a
estas alturas, cualquier sinopsis que hable de un dúo de policías, premisa
inexplicablemente sobreexplotada que lo mejor que ha dado es Seven (David Fincher, 1995), excepción a
la que se llega pasando por infinitos peajes, a cada cual peor. Debutaba el
artista de Michael Bay con Dos policías
rebeldes (1995) –e inevitable secuela–, caía en el pozo de lo anodino el
otrora glorificado Kevin Smith con Vaya
par de polis (2010), seguían su desfile triunfal Tom Dey y Eddie Murphy con
Showtime (2002), y así mil y una
películas, casi todas abocadas a la risa tontorrona y el noir de poca monta. Por eso se agradece que de vez en cuando
aparezcan productos como Sin tregua,
una película de corte moderno, color negruzco y ambición cinematográfica que
recuerda a la literatura de Don Winslow o Edward Bunker, revisada y actualizada
para satisfacción del espectador mainstream.
Así, Sin tregua es un
film correcto, muy entretenido y seco a la hora de mostrar la creciente
violencia de su trama, sin ninguna floritura de más ni espectacularidad
gratuita a lo Bay y compañía. A reprochar, quizás –y como siempre–, que no se
preocupe un poco más de pulir según qué clichés, aunque nada empaña su modernez
y efectividad en tanto que agraciado blockbuster
no apto para hipsters amantes de
brujas de Blair, holocaustos caníbales, u otras viejas glorias del formato, if you know what I mean.
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