1 d’abr. 2013

Crítica a Amor

[Publicada a Tu peli (01/2013)]

Puntuació: 

Vislumbro al fin, después de varias películas, la raíz de mi distanciamiento con Michael Haneke, algo que trasciende lo cinematográfico y que tiene que ver, más bien, con una percepción vital. El director austríaco-alemán nunca se traiciona en sus obras, claros reflejos de un punto de vista que es en fin la definición de su cine, conjuntada en su discurso y coherente en sus conclusiones. Por esa franqueza, diáfana en su carácter autorreferencial, conocemos al Haneke proyectado, un europeísimo burgués cultivado en todos los ámbitos artísticos, estudioso del comportamiento humano en contextos y situaciones muy concretas y casi siempre desfavorables. La frialdad de su cine, la impenetrabilidad de sus personajes, siempre recelosos al exhibicionismo sentimental, adivinan a un realizador automáticamente reacio, de la misma manera, a cualquier manifestación explícita de afecto, jugador de la liga de las señales, de la estima implícita y del amor más captado que sabido, que siempre guarda una distancia prudencial. 

Así, sin posibilidad de escindir al creador de sus creaciones, nos encontramos con unos protagonistas que sufren de la misma afección, un irreparable pudor emocional que persiste hasta en la más estricta intimidad, capando a toda costa la inherente empatía del respetable hacia los caracteres hanekianos, tan realistas, tan posibles. Es por ello que Haneke es siempre más desgarrador por sus imágenes que por sus textos, gélidos como la expresión de la Huppert pianista y reticentes a tocar fácil la fibra. Amor, sin embargo, es en este sentido un punto de inflexión, ya no porque el realizador abandone esa tónica sino porque parece que, al fin, es plenamente consciente de ello, aunque lejos de arrugarse insista. Cuenta de ello la da la música en el film, condenada siempre, por muy grácil que sea, a un despiadado coitus interruptus que es simbólico en la película como a la postre en la filmografía del de Múnich. Haneke cuenta, en esta ocasión, el ocaso de la vida y del matrimonio, la llegada de una parca sin hoz ni magia alguna que apaga a una pareja de octogenarios parisinos que ven como su mundo se desmorona irremediablemente, centrándose el argumento en su forma de afrontarlo, en una cotidianeidad que agoniza. Magistralmente interpretada por Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, que recibirán seguro un alud de reconocimientos, la película prescinde de concesiones poéticas –si es que alguna vez las ha habido– y describe la progresiva decrepitud con científico rigor, lejos del retrato romántico de Vivir (Ikiru) de Kurosawa (1952).

Sólo el final, que es el principio de la película, se desmarca y se permite el lujo del apasionamiento, no en la idealización sino en una inequívoca, liberada demostración de amor. Sea como sea, lo nuevo de Haneke se antoja como una obra excepcional, una pieza única no sólo remarcable por sus valores cinematográficos sino también por el atrevimiento de su texto, difícil y controvertido en tanto que pieza del arte más orgullosamente contemporáneo. En definitiva, Amor es una película importante de uno de los más relevantes realizadores de la actualidad, que aunque sigue evitando una conexión emocional directa con el espectador, se percibe la sabiduría cinematográfica en sus fotogramas, cine preciso que dice exactamente lo que quiere decir, ni más ni menos.

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