Puntuació: ★★★★★
Coinciden en pocos meses dos revisiones de los textos del dramaturgo por antonomasia, ejemplos de cine singular que adaptan a Shakespeare de forma libre, con un único punto en común que es la actualización de su obra al contexto contemporáneo. Partiendo de esta premisa, distan en todo lo demás, ofreciendo sendos relatos desde ópticas casi antónimas pero en ningún caso faltas de interés. La primera es la adaptación del Julio César shakesperiano de dos veteranos del séptimo arte, los hermanos Taviani, rodada con un preciosista formato documental que describe los ensayos e interpretación de la obra por parte de presos romanos, entregados a la pasión y la retórica de Sir William. Paolo y Vittorio Taviani usan el blanco y negro digital, la geometría de la arquitectura carcelaria y el aspecto rudo de sus protagonistas para destacar el omnipresente contraste en su película, ambivalente exhibición de fealdad y belleza que les valió el máximo galardón en la última Berlinale. César debe morir cuenta también con el implícito paralelismo, tan potente como autoconsciente, del relato de Julio César trasladado a día de hoy en unas circunstancias muy concretas, con símiles aislados pero visibles y significativos.
Encontramos, más allá de
eso, un guion esforzado que respeta la lírica del dramaturgo británico y que
firma John Logan, guionista de La invención
de Hugo (Martin Scorsese, 2012), Sweeney
Todd (Tim Burton, 2007) o Gladiator (Ridley
Scout, 2000) entre otras, y unánime excelencia interpretativa, con un reparto
encabezado por el mismo Fiennes con Vanessa Redgrave, Gerard Butler y Jessica
Chastain, entre otros. Quizás es en este elenco, en su dirección, en la
credibilidad que otorgan los actores a una trama casi inverosímil donde se
encuentra lo mejor de la ópera prima de Fiennes, película entretenida, curiosa
y atrevida pero algo fallida en su mayor ambición.
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