15 d’abr. 2013

Crítica a Lincoln

[Publicada a Tu peli (01/2013)]

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Muy sucios o ignorantes nos tienen que haber visto para sumergirnos en semejante baño de historia norteamericana, hasta en la sopa últimamente con un inacabable repertorio desde Lincoln hasta lo más reciente: Django de Tarantino a Argo de Affleck, The Master de Anderson a Zero Dark Thirty de Bigelow, nos hacemos a la idea del país gracias a todas las aportaciones y, sobretodo, a lo que cuenta –y no cuenta– Steven Spielberg en su film a estrenar, pulidísimo biopic del exmandatario yanqui por excelencia que desde el cine primero y El nacimiento de una nación (D. W. Griffith, 1915) ha sido siempre carne de cañón audiovisual. Efectivamente, el señor Abraham ha dado que hablar, y mucho, pero hasta ahora no había disfrutado de un retrato hiperrealista como el que nos ofrecen el director y su protagonista, un Daniel Day-Lewis para variar excelso. Lincoln describe con absoluta meticulosidad los momentos clave de un dirigente clave del país norteamericano, basándose en el «humanizado» libro de Doris Kearns Goodwin y aprovechándose de una extraordinaria dirección artística. Day-Lewis, por su lado, y aun siendo irlandés, se ha convertido en un álbum de fotos históricas de los Estados Unidos andante, como demuestran sus antecedentes: Pozos de ambición (P. T. Anderson, 2007), Gangs of New York (Martin Scorsese, 2002), El crisol (Nicholas Hytner, 1996), La edad de la inocencia (Martin Scorsese, 1993), El último mohicano (Michael Mann, 1992)… toda una institución.

Lincoln explica, básicamente, el largo proceso hasta la aprobación de la decimotercera enmienda, un hecho histórico que ilegalizaría la esclavitud y liberaría a todos los afroamericanos que hasta entonces eran músculo y mercancía. Spielberg y su guionista, Tony Kushner, tejen un texto que gira siempre en torno de la figura política, retratando su grandeza en tanto que carácter destacado de la historia reciente e inmiscuyéndose en sus interioridades; desde la vida familiar hasta las relaciones dentro del propio partido, sus voluntades, debilidades y repertorio gestual. Todo parece a primera vista riguroso, obsesivamente fiel a la historia real, pero diríase al mismo tiempo que hay elusiones, elementos que se echan de menos como los hay que se echan de más. Faltan en la obra de Spielberg matices, claroscuros y contradicciones sin las cuales todo es bidimensional, un tótem de Abraham Lincoln para su continua adoración, el americano por antonomasia. Y no sólo eso; el periodista Vicenç Navarro hacía un interesante aporte recientemente, y comentaba cómo Spielberg y Kushner omitían en su film, a propósito o no, la faceta socialista del expresidente, que siempre reivindicó, además del fin de la esclavitud, el derecho de los trabajadores a manejar el fruto de su trabajo, una suerte de doble emancipación que en el film queda tuerta.

Así es que Lincoln es un retrato irregular, inmejorable en algunos aspectos pero sesgado en otros. Técnicamente es una obra prodigiosa, y también desde el punto de vista artístico, que cuenta con la ya experta fotografía del inseparable Janusz Kaminski, con quien trabaja desde Parque Jurásico (1993), unos decorados y maquillaje exactos y en definitiva una potentísima dirección artística. Ello no evita que la descripción de vea incompleta, y que cueste en exceso sumergirse en su querida grandilocuencia, más allá de la relativa redondez del personaje principal. Ciento cincuenta minutos de parlamentos políticos e idealismo patriótico se hacen fácilmente farragosos, por muy trascendentales que sean, y Spielberg no logra, esta vez, llamar nuestra atención y conservar el interés como sí hizo con La lista de Schindler (1993) o Munich (2005), resultando al fin un precioso altar de barras y estrellas, más atrezo que fondo.

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