13 de maig 2013

Crítica a Las flores de la guerra

[Publicada a Tu peli (02/2013)]

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Como Ciudad de vida y muerte (Lu Chuan, 2009), estrenada en nuestras salas hace un par de años, Las flores de la guerra vuelve a las arenas movedizas de la historia china reciente, contextualizándose de nuevo en un escenario terrible que permanece fresco en la memoria colectiva del país, estigma que se antoja lejos de cicatrizarse. Se trata de la masacre de Nankín, llevada a cabo por el ejército japonés después de invadir la que entonces era la capital de la República China, en 1937. La aposentación de los soldados nipones en la ciudad trajo consigo un capítulo de violencia contra civiles y los vestigios de un apocado ejército chino que aún hoy sigue escociendo. De esa sangre derramada han florecido a lo largo de los años varias producciones, casi siempre epopeyas bélicas, retratos épicos como el que hoy nos ocupa, u otras como la citada Ciudad de vida y muerte, Black Sun: The Nanking Massacre (Tun Fei Mou, 1995) o la australiana Los niños de Huang Shi (Roger Spottiswoode, 2008). Todas ellas exhiben sin tapujos las venas abiertas del Asia oriental, y tienden a posicionarse y describir el episodio con un diáfano contraste entre buenos y malos, algo que si bien parte de realidades históricas, resulta muy revelador en tanto que espejo de la relación entre los dos países y las percepciones de su población.

No es baladí, en este sentido, que dirija Las flores de la guerra Zhang Yimou, realizador chino por excelencia, autor de las extraordinarias La linterna roja (1991), ¡Vivir! (1994), o Hero (2002) y gran referente del cine del país. Su tutela y dirección, sumada a la presencia de una estrella de Hollywood –Christian Bale– y al presupuesto cinematográfico más alto de la historia de China ponen de manifiesto la ambición de la producción, pretendiente de un extenso alcance internacional que no sólo persigue razones económicas; también tiene cierta voluntad pedagógica, patriótica y aleccionadora. Así, Yimou ejerce más que nunca de embajador de su país, de exportador de una historia poco exportada en su versión más oficialista, quizás sesgada en algunos aspectos, aunque eso es algo que se le puede reprochar hasta cierto punto; su relativo reduccionismo a la hora de apuntar, su conformismo ante esta versión oficial se puede leer también como un gesto de compromiso, un barrido para casa reprobable pero al fin normal: nadie es objetivo cuando habla de uno mismo.

Las flores de la guerra toma, así, la entrada de los japoneses a Nankín como punto de partida, y se desarrolla en su totalidad en una iglesia que deviene refugio para doce colegialas y doce cortesanas que, avatares de la vida, se encuentran compartiendo los pesares de la guerra, no sin fricciones y desencuentros. Bale interpreta a un enterrador norteamericano que llega al lugar sin demasiados miramientos, cínico y reacio a posicionarse hasta que la crudeza de la guerra le obliga a tomar parte, llevándolo a proteger por todos los medios a las chicas que se encuentran en la iglesia. Este peculiar personaje dual, primero reticente y luego implicado con los acontecimientos, podría bien ser un alter ego del espectador, inducido a tomar partido en un conflicto que a priori no le concierne. Si bien Yimou se muestra muy poco sutil en este campo, sí que lo es con sus imágenes, duras en tanto que retratos de una guerra pero delicadas, en busca siempre de lo estético sin caer en frivolidades ni obsesionarse con ello. Los colores ocres, el tono cálido de la fotografía de Xiaoding Zhao, que ya habíamos visto en anteriores obras del director, como La casa de las dagas voladoras (2004) o Una mujer, una pistola y una tienda de espaguetis chinos (2010), además de otras producciones como la ya citada Los niños de Huang Shi, otorgan a la trama una atmósfera intimista de la que se sirve el director para mostrar de nuevo su China, costumbrismo preciosista –incluso idealizado– que siempre deja un rastro de bellas estampas. Lo bello choca así con la realidad más atroz, y en ese impacto está su mayor valúa, además de, sí, su labor didáctica, que aun pecar de simplista ilustra. Ilustra sobre su Historia y protagonistas, todavía susceptibles, que lejos de lamerse las heridas siguen hurgando, depurando hasta que dejen de supurar.

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